jueves, 20 de junio de 2013

Historietas de las primeras nueve semanas...

Las visitas al hospital. A todos nos gusta que nos hagan mucho caso. A todos nos encanta que vengan a vernos cuando estamos pachuchos. A las madres nos flipa lucir a nuestro churumbel con quien sea, donde sea y a la hora que sea. PERO quizá, sólo quizá, con la criaturilla recién salida del horno y tu bajo vientre en carne viva, el primer día no sea el más idóneo para recibir visitas. La gente, muy educada ella, se interesa por tu estado de salud y tú, que ya te has visto al espejo y te duele hasta respirar, respondes que "muy bien, gracias" pero lo cierto es que refunfuñas por lo bajini "¡Fenomenal! acaban de abrirme en canal para extraer a un ser humano de mi útero, tengo que hacer pis por un tubo, no siento las piernas y sigo gorda como un balón. ¿Nos vamos de pintxos?" Pero sucumbes y asumes que tu dignidad se quedó en el parking del hospital y que durante los próximos tres o cuatro días, todo el que entre en la habitación te verá con el camisón de tu abuela, los pelos de punta y la teta fuera. Esa imagen se grabará para siempre en su retina pero nunca lo dirán en alto y todos harán como que nunca pasó nada.
Menos mal.
Conclusión: una de dos. O te armas de valor y limitas radicalmente las visitas o te entregas y pierdes la batalla a lo grande, contratando un cátering con banda de jazz incluída para que al personal no le falte ni gloria.

El chupete. Si alguna vez se te ha ocurrido teclear "lactancia materna" en el buscador de Goolge, o has conversado con activitas defensores a ultranza de dar el pecho hasta la mayoría de edad, sabrás a estas alturas que ofrecer el chupete a un recién nacido es el primero de los pecados capitales de la lactancia. Según esta teoría, los bebés son tontos y nacen con una inclinación natural a preferir un trozo de goma que saciar su hambre. "Como le des el chupo, te has cargado la lactancia", he oído decir. Así que una, que es muy primeriza y muy asustadiza, decidió no meter el chupete en la maleta a fin de evitar la Tentación. Al segundo día me vi arrodillada ante mi madre, suplicando que me trajese los siete chupetes que estaban en casa pero, horror de los horrores, ya era tarde. La niña, a día de hoy, no coge el chupete ni patrás, con lo que servidora se pasa las horas como Sabrina pero sin boys, luciendo pechera a diestro y sinietro con tal de calmarla.

Tu relación de pareja. Cambio radical. Asúmelo desde ya. Pensar "a mí no me va a pasar" es el principio del mayor de los autoengaños. No quiere decir que la cosa vaya a peor, tampoco nos pongamos dramáticos, pero el día a día pasa a otra dimensión y no digamos nada ya sobre las conversaciones de adulto (en el caso óptimo de que coincidas para conversar en algún momento, claro):

-"¿Ha hecho caca?"
-"Sí"
-"¿Mucha?"
-"Bastante"
-"¿Y pedos? ¿Le has sacado bien los gases?" "Mira que luego te levantas tú, eh? Que yo ya no puedo más".

El pan nuestro de cada día. Súper romántico, sí señor. Si, además, consigues ducharte a diario y mantener la sana costumbre de aplicarte el rímel y el carmín, podrás charlar tranquilamente sobre las heces de tu bebé sin perder la pasión.

Confundir el hambre con los cólicos y viceversa. Los bebés lloran. Mucho y muy alto. Siempre oí a mi madre decir que nosotros comíamos, dormíamos y poco más, así que, temerosa de aburrirme soberanamente durante mi baja maternal, preparé una lista de cosas que hacer para aprovechar el tiempo: actualizar mi perfil de linkedin, cursos on-line de todos los colores y sabores, gimnasia activa y pasiva...

Pues no. Por no poder, no he podido ni pintarme las uñas de los pies. Después de la cuarentena la cosa mejora algo pero el primer mes y medio es un llorar y no parar. Llora el cucufate y, ya puestos, lloramos todos al unísono. La familia que llora unida, permanecerá unida. Digo yo. 

 El reto consiste en identificar el lloro. Si son cólicos, se suelen poner rojos como un pimiento, dar patadas a diestro y siniestro y expulsar unos gases que ni Torrente en sus mejores tiempos. Si es hambre, gritan como imagina una que gritarían en la matanza de Texas y también se ponen muy rojos. El problema de esto es que, si acaban de comer, crees que son cólicos y te pasas cuatro pueblos con los masajes estomacales.

"Comen cada 3 horas y durante 10 minutos en cada pecho", te dicen en el hospital. Sí ya. Tararí que te ví. La mía come cada media hora durante media hora en cada teta y encima se queda con hambre. Dos meses han tenido que pasar para atreverme a pasar por el capítulo de hiptecas el segundo gran pecado capital de la lactancia: el biberón. Gracias a los prácticos consejos de una amiga, cada noche le doy un bibe muy majo que venden hecho en la farmacia como suplemento a mi lactancia. De momento, ni se le ha caído el pelo, ni le ha salido un tercer ojo ni, por supuesto, ha rechazado el pecho. Encima, se va tan contenta a dormir a las 22h como un reloj y no amanece hasta las cinco de la mañana siguiente. Todos hemos ganado en felicidad y en calidad de vida...

... y el Estimado y yo hemos conseguido cenar juntitos cada noche para hablar de las flatulencias de nuestro churumbel a nuestras anchas y sin interrupciones.