jueves, 28 de febrero de 2013

Desde la mesa de al lado....


En la colaboración de hoy la gran M.C.Amate, compañera de trabajo, de mesa y de mil batallas, nos cuenta cómo ha vivido (y sufrido) durante estos meses el embarazo de servidora...

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Soy compañera y amiga de trabajo de la Primeriza y hasta hace poco me sentaba en la mesa junto a la suya. A su lado, vamos. Llevamos trabajando juntas casi dos años y lo cierto es que la cosa ha ido bien. La quiero razonablemente a la muchacha. Para ser justos, creo que más o menos nos aguantamos porque nos hemos dado cuenta de que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que manejamos una salud mental buena y que solemos tener puntos de vista casi parecidos en muchas cosas. En las fundamentales, creo yo. Si a eso le sumas horas y horas de trabajo ya tienes montada una bonita amistad.

Con amistad y todo, lo cierto es que la noticia de su embarazo me pilló totalmente por sorpresa. Por sorpresa doble, en realidad. Por un lado, entiendan, soy un poquillo más joven (de edad, no de espíritu, que conste) que la primeriza arriba firmante y, por tanto, nunca había tenido una amiga en esta situación. Por tanto, no había precedentes que me pusieran sobreaviso. Por otra parte, digo que la sorpresa fue doble porque suelo estar tan atolondrada en mis cosas que no me entero en absoluto de las señales, indirectas o pistas que iban apareciendo a medida que su embarazo decía “hola buenas, aquí estoy”.

Yo no sé en qué estaría pensando, pero desde luego a mí la lucecita de lo del embarazo no se me encendió, me la encendieron. Lo que para una mente normal podrían haber sido indicios de un estado de buena esperanza incipiente, para mí eran palabras sueltas que no hubiera sido capaz de conectar ni en un millón de años.

Así que ya se pueden imaginar mi estupor (y, desde luego, mi inmensísisima alegría, claro) cuando aquí la compañera del metal me lo anunció. Lo cierto es que, una vez que la susodicha lo contó, Punto Pausa mediante (el Punto Pausa es algo así como el bar/mentidero del lugar de trabajo que compartimos) primero me entró tal estallío de alegría que parecía que el chiquillo (en esa época aún no sabíamos que sería chiquilla) lo iba a tener yo. Pero no. La madre iba a ser la Primeriza y lo cierto es que me alegré mucho muchísimo. Lo que no quita para que justo un par de horas después, en el camino del trabajo al piso en donde vivo, empecé a pensar “¡joer, y cómo no me he dado cuenta yo de esto antes!”.

Lo cierto, y para ser justa con mi capacidad neuronal, sí que hubo cosas del comportamiento de Primeriza que me chirriaron un poquillo en aquellos días en los que el anuncio oficial (y oficinal) apremiaba. Lo primero fue un comentario de la futura mamá, tipo “Marta, tienes que hacer deporte, el deporte es buenísimo para la salud: yo ahora ando una hora y media diaria por mi barrio”, recién salidas de un almuerzo. Ahí es nada. Pensé o que se había convertido en un trasunto del Forrest Gump del barrio de Lacoma, que estaba mezclando medicamentos o que se estaba marcando un pegote para vacilarme. Del embarazo, oye, ni flores. Se me pasó antes por la cabeza un bizcocho en un bólido de Fórmula 1 (guiño al compi Mingauskas, que lo ha pasado regular con esto del blog, el hombre) que la posibilidad de que mi compañera estuviera esperando una criatura.


Lo siguiente que pudo haber hecho saltar mis alarmas fue aquello de “no, es que yo ya no fumo porque fumar es muuuy malo, Marta” ante mi pregunta de si se bajaba a la calle a echarse un cigarrillo. Pues nada. En honor a la verdad, lo que sí empecé a pensar es que mi compañera de mesa había vuelto un poco revenida de su viaje de bodas.

Por tanto, una vez se me hubo anunciado tan magno acontecimiento, pasé de la alegría al estupor, luego a la alegría otra vez y, por último, a la preocupación. Esto de la preocupación es algo típico en mí, quienes me conocen saben que ando siempre cavilando por algo, pero lo primero que empezó a preocuparme fue cómo iba yo a poder ayudar a mi colega de oficina durante su embarazo, si nunca antes había pasado por una experiencia similar. Me preocupaba que si un día yo lo tenía torcido o algo, no se fuera ella a pensar que me había enfadado con ella. O que si un día ella se enfadaba conmigo, no se fuera a ‘enfadar’ también su niña por mi culpa. Pensamiento absurdos, pero que no sé por qué se me venían a la mente.

Me dije que, para ayudar en lo posible, lo primero y más importante que tenía que hacer era dejar de dar la brasa, en cualquiera de sus variantes. Esto me costó, porque soy de quejarme de mala manera y a voces, qué le vamos a hacer. El caso es que decidí que no me quejaría en voz alta de los problemas del trabajo (ni de los otros) para intentar crear un buen fantástico ambiente laboral, libre de tensiones y neurosis. También dejaría de insultar a voz en grito a todos aquellos que no me cayeran bien por aquello de no contagiar a la futura madre la mala leche que a veces me invade cuando me topo con según qué cosas.

Y con estas ideas en mente pasaron los meses y cada vez me iba poniendo más contenta porque el magno acontecimiento estaba cada vez más cerca y porque me di cuenta de que salvo la afición que mi colegui desarrolló por comer unas sopas precocinadas de ingredientes imposibles que vendían en el comedor del trabajo (véase esa de crema de brócoli con piña o la sopa de calabaza con limón y jugo de jengibre que acostumbraba a comer nuestra amiga a pesar de mis numerosos intentos para evitarlo), su carácter, su día a día (y el mío) y todo lo demás siguió, más o menos, igual. En lo que a mí respecta, su humor se mantuvo bastante parecido al de siempre (un poco tocado al principio, pero muy poco, o al menos así lo viví yo), su afición a comer entre horas chocolate ecológico seguía muy a mi pesar (qué mal rollo da el chocolate ese que te comes, amiga. Ni siquiera huele bien) y la historia siguió su curso tranquilamente. Lo cierto es que mi amiga aguantó carros y carretas en su puesto sin que nadie se enterara un pelo de lo de su embarazo. Nada. Si tenía que cagarse en los muertos de alguien o si se encontraba mal por las náuseas típicas de los primeros meses, mi Primeriza se iba valiente y elegantemente al baño a solucionar allí una cosa u otra, sin que nadie se enterara de ná. Con un par.

Lo cierto es que ahora que entramos en la recta final del viaje puedo decir que acompañar a mi amiga en su magnífica preñez ha sido una experiencia muy nueva, muy buena y muy provechosa para mí. Desde luego, como no podía ser de otro modo y por deformación profesional, he tomado buena nota para el futuro (el mío o el de quien sea).


Oeoeoeoeoe, ya queda menos!

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miércoles, 20 de febrero de 2013

El Estimado...


Imagina por un momento que la personita que tienes siempre a tu vera, esa con la que has decidido pasar el resto de tus primaveras, te anuncia un buen día que aquello ha germinado y que algo, alguien, está creciendo dentro de sí. Ese algo, ese alguien, es parte suyo y parte tuyo. Imagina que pasan los días y, una vez superada la alegría inicial, ese germen, que es un algo convirtiéndose en alguien con mucho de ti y otro bastante de ella, empieza a crecer y a manifestarse en forma de transformación aguda por parte de ella. Que a la euforia, ilusión y alegría iniciales se incorporan nuevos elementos como el malestar físico, la fluctuación brusca e inesperada del humor, los nervios, la dudas… Imagina que ella, la personita de tu vera, siente cosas que tú no sientes al albergar a esa otra personita que también es parte tuya…Que de alguna manera a ti lo que te toca es observar en la cercanía, acompañar, apoyar y entender hasta donde puedes.


¿Te lo imaginas? A mí, personalmente, me cuesta. Tan metidas estamos en nuestro papel de mujer-containers, protagonistas, sufridoras y ejecutoras del milagro de la vida, que casi siempre nos olvidamos de lo que siente y padece el ser humano que tenemos al lado, a la sazón amor de nuestras vidas y padre de nuestras pequeñas y entrañables criaturillas. Casi

Así que, ahora que no me ve, oye o lee, he decidido dedicar un pequeño homenaje a mi Estimado. Él es quien más me acompaña en este trayecto y a él debo buena parte de mi cordura. Ni una señal de impaciencia, ni un atisbo de debilidad egocéntrica, ni un mal gesto. Siete meses y medio han corrido ya desde que el cucufate anunciase su inminente llegada y no recuerdo un solo día en el que él, mi Estimado, no haya estado a la altura.

Cuando las náuseas interrumpían todos nuestros planes, quebraban mi ilusión y me conducían hasta el hartazgo, ahí estaba el tío para cogerme de la mano y prometerme que se pasarían. Tardaron en pasarse casi cuatro meses pero se pasaron, tal y como me prometió el Estimado entre sopa y sopa...entre manzanilla e infusión de jengibre.

Cuando llego tarde de trabajar, agotada y medio hundida, ahí está el tío listo para guardar en un cajón su propia fatiga, sus propios problemas, y sacar de la nada toda una cena rica en hidratos, vitaminas y minerales. Lo mismo te sorprende con un pollo en salsa que con una lubina al horno. Le cuesta, claro que le cuesta, pero lo hace. Y lo haría hasta el infinito si falta hiciese. O al menos así es como a mi me hace sentir.

Cuando me asaltan los lloros, ahí está el tío: abraza que te abraza, mima que te mima, besotea que te besotea...Él no sabe por qué lloras. Tú tampoco.  Puede ser porque no te ha saludado el compañero de al lado, porque Ronaldo está triste o porque ya que llora la vecina te unes a la causa y sumas esfuerzos para conseguir entre las dos que la llantina alcance su máximo esplendor...El caso es que llorar se llora en abundancia y no está de más que alguien te recuerde de vez en cuando que no pasa nada por hacerlo sin motivo.

También puede ser que llores porque estás a punto de alumbrar tu vida con un ser pequeño e indefenso y, sin tan siquiera haber cambiado un pañal en tu vida, de pronto has de responsabilizarte de su salud, de su felicidad y de su entrenamiento vital. Tres en uno. Moco de pavo. Quizá sea eso...Pero, claro, eso también le pasa al Estimado. Pero el Estimado no llora. Él sólo mira por que tus lágrimas se sequen pronto y tu corazón vuelva a su sitio. Sabe que son las hormonas, revolucionadas todas ellas, pero no te lo dice no vaya a ser que se líe la cosa y pasen de la revolución a la guerra fría. Así que se calla y comprende, asumiendo que eso que es parte tuyo (pero también suyo) le sitúa a él en un último plano y que sus miedos y sus dudas ahora importan poco. 

Muchos, muchas, pensarán que sólo faltaba... Que ya bastante tiene una con lo que tiene como para que encima el de al lado no se olvide de sí mismo y se entregue a tus pies durante 9 meses seguidos, las 24 horas del día . Quizá sea cierto, no digo que no. Yo solo digo, solo reconozco, que no sé qué haría yo sin este Estimado mío que tan hábilmente me allana el camino y tan lejos me hace sentir de la embarazada cuasi histérica que, por qué negarlo, me posee de cuando en cuando.

Gracias Estimadito por inyectarme tu fuerza. No sabes cuánto me alegro de que la cucufate sea también parte tuya.


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jueves, 14 de febrero de 2013

Visto desde la barrera....

Segunda colaboración con Historietas: María Andrés, psicóloga, observadora, compartidora y más que amiga, nos cuenta cómo se percibe esto de la reproducción ajena desde el otro lado. Hoy va sin foto, que cualquier imagen, por bonita que fuese, sólo podría emborronar palabras tan potentes... 

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Lo de la maternidad visto desde la barrera es muy curioso.

La condición de hijo la compartimos todos, claro, aunque es algo de lo que, en general, hablamos poco. Los que tenemos suerte contamos con una madre dentro del arsenal de seres humanos al que pertenecemos y al que consideramos indudablemente nuestro. Desde esa certeza, con el paso de los años, la mayoría hemos aprendido a quererla como al ser humano imperfecto que es. Toleramos, unas veces mejor y otras peor, ese empeño que tiene por meterse en nuestra vida como si fuera una extensión de la suya, la echamos mucho de menos cuando el mundo insiste en agredirnos a base de ambientes hostiles o de enfermedades leves, pero molestas (porque si son graves, ella aparece para cuidarnos, como no puede ser de otra manera) y no le damos muchas más vueltas al tema.

Y de pronto parece que nuestro entorno se pone de acuerdo y, por efecto dominó, las personas con las que hemos crecido empiezan a pasarse al equipo contrario en un número cada vez mayor, apuntándose con entusiasmo a la aventura de traer más habitantes al mundo. Como están muy contentos, nos alegramos muchísimo por ellos. Celebramos su cambio de etapa vital y, egoístamente, nos sentimos bien, porque se va a añadir a lo existente una persona creada con partes de nuestra gente favorita, alguien que nos va a gustar seguro. Durante el proceso aportamos nuestro granito de arena como todo buen ser querido: intentando entender qué les está pasando, qué les hará ilusión, qué puede preocuparles… procurando empatizar con lo primero, compartir lo segundo, dar apoyo en lo tercero sin sacar temas que puedan empeorar sus miedos. O sea, haciendo lo mismo que cada vez que cambian algo en su vida. Pero en este caso el impacto es tan grande, la importancia y la extensión de la novedad tan enorme, que intuimos que la compañía que ofrecemos se va a quedar muy corta.

Porque esto de los embarazos es como lo de las parejas, se añade alguien valioso a la historia del otro y tú sólo puedes alegrarte y seguir ahí, como siempre. Pero la experiencia subjetiva, esa que es única e irrepetible, esa que le saca brillo a todos los colores y le sube el volumen a la vida, esa no se puede compartir con nadie. Es sólo para cada uno y los demás nos limitamos a adivinarla extrapolando desde lo que conocemos. Así que a los que no nos vamos a subir al carro de la paternidad nos toca escuchar la versión de los otros, asentir como si supiéramos de qué nos están hablando y preguntarnos en silencio cómo sobrellevan la ansiedad de tener una prolongación suya -con motricidad propia y libre albedrío- sin darse al alcohol o a las drogas y sin llamar cada cinco minutos, llorando, a su mamá.



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miércoles, 6 de febrero de 2013

De consejos y de tópicos....


Periodista especializada en deporte, deportista y vitalista, primeriza con apenas cinco meses de gestación, ex-compañera de la radio, actual compañera de vida y de milagros...Ana Salar se convierte en la primera colaboradora de Historietas y nos regala, a través del siguiente post, un trocito de su experiencia con este embarazo tan bien llevao que me lleva. 

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Parece que en este país somos expertos en mil y una materias. Hablemos de fútbol. Soy bastante futbolera pero no soporto al aficionado/entrenador, aunque alguna vez yo misma haya pecado de eso. Cuando descubrí que estaba embarazada no podía imaginar cuánto se parecen el mundo del fútbol y la maternidad. Y me refiero a lo que rodea a ambas galaxias tan dispares.
El aficionado que da consejos a quien dirige un banquillo no siempre ha sido entrenador, casi nunca diría yo. Sin embargo esa señora que con su mejor sonrisa se refiere a lo “gordita” o “flacucha” que estás, a lo fea porque “será una niña que te está robando la belleza”, a lo “guapísima que luces, radiante, como nunca, porque lo que traes es un niño”… esa señora, seguramente, ha sido madre antes que cotilla y, quizás, tenga una gran prole.
No sé yo (me lo pregunto cada vez que tropiezo con una señora/madre/opinadora), si haber sido madre, proporciona también un máster en consejos. Es cierto que, muchas de ellas, se creen con derecho, obligación y se reconocen como las más capacitadas para resolver hasta las inexistentes dudas de una primeriza como yo. 
Ellas también son entrenadoras de la vida familiar, sin carnet pero con más sabiduría que cualquier entrenador. Tiene delito, aunque poco, si nos fijamos en otro perfil de opinadora. Es aquella que, casualmente también es primeriza. Sí. Espera un bebé igual que tú pero… sabe mucho, muchísimo más que tú, de todo. Da igual la duda que tengas porque ella ya la ha buscado en internet y tiene una respuesta.
Incluso es capaz de contradecir lo que tu ginecóloga o tu matrona te van explicando. Todo con su mejor sonrisa y con una tozudez exasperante, tanto que delante de ese perfil de primeriza tú nunca tienes una mala cara, no te duele nada, preocupaciones… ¿qué es eso? Tu embarazo roza la perfección y si logras que no te pregunte tú tampoco lo haces. Es fundamental no aparentar debilidad cuando estas opinadoras están cerca. Tu salud mental, tu paciencia, tu tranquilidad y la de ese pequeñito ser que viene en tu vientre están en juego.
En este caso son entrenadoras expertas, manipuladoras, acosadoras y capaces de centrar la conversación de múltiples personas en un solo tema: el embarazo. Que no estás embarazad@ y el tema te la trae al pairo pues te aguantas; que eres una primeriza saturada pues va en el cargo, toca aguantar y poner buena cara o cantarle las cuarenta y cortar de raíz la relación que tengas con ella.
Después de cinco meses de embarazo cada vez veo más cerca el final del partido, noventa minutos y tal vez prórroga. El encuentro está siendo intenso pero tremendamente bonito. No hay contratiempos físicos, más allá de los cambios normales. Muy activa pero disfrutando cada minuto. Expectante porque el árbitro pite el final pero con total calma, como la que te otorga una buena clase de yoga o vivir las cosas con sentido común.
Los entrenadores maternales aportando pero sin estresar. De las opinadoras y sus tópicos… hasta la coronilla. 


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lunes, 4 de febrero de 2013

Baby Shower a la española...

2 de febrero de 2013

Algunas fotos para no olvidar esa pedazo ducha de bebés con que te agasajaron tus "titos" a dos meses de nacer...















 ¡¡¡Gracias a todos!!!














Un mundo por descubrir....












En la caja, más sorpresas...













Y la cervecita, que no falte...




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