martes, 8 de enero de 2013

En positivo....


Iniciado ya el tercer y último trimestre del embarazo, y cubierto con creces el cupo de historietas negativas,  ha llegado la hora de recapacitar y hacer un pequeño desglose de las bondades de este estado mío de preñamiento total. Que haber cosas buenas haylas y no quiero ser yo quien, con mi insaciable “quejiqueira”, desanime a tantas y tantas almas cándidas dispuestas a traer más vida a nuestro planeta.

Veamos si soy capaz de enumerar algunas de las cosas más bonitas del embarazo. Allá voy:

·         Empezando por lo más obvio e importante: estás alojando vida. Esto, que así puesto suena un poco cursi, genera un estado de semi endiosamiento y felicidad constantes. Nada te puede, nada te supera, nada duele lo suficiente como para decir “no aguanto más”. Tampoco es cierto aquello de que cuando mejor está una mujer es embarazada. De eso nada. Cuando mejor está una mujer es tumbada al solete con un buen tinto de verano y todas sus carnes y órganos vitales colocados perfectamente en su sitio. Ahora bien, lo que sí es verdad es que, si no es en estado de buena esperanza, jamás soportarías con tanta alegría y orgullo acontecimientos hasta ahora inauditos como la aparición de varices, el encogimiento estomacal, la falta de oxígeno, la hinchazón de pies, la privación de sueño,  el estreñimiento crónico, la acidez….ya no entro en más detalles porque empiezo a resultarme desagradable. El caso es que todo ello (y alguna cosa más) te ocurre “tójunto” y de golpe pero a ti no te importa porque tú tienes un cucufate dentro que se está convirtiendo, poquito a poco, en el cucufate más rebonito de cuantos cucufates han poblado este mundo.

·         Sacas a relucir lo mejor de la gente. Salvo casos excepcionales, por lo general relacionados con patologías graves de amargamiento crónico, todo el mundo te trata muy bien y te ve muy guapa.  Con sólo pasearte por ahí y sonreír un par de veces, consigues que hasta el más introspectivo, anti-social y anti-naturaleza humana, eche mano de su pequeña caja de ternura y te la entregue envuelta en un lazo rosa todita para ti. Si no te ceden la silla, te cae un piropo o, como poco, una sonrisa auténtica. Es simpatía de 24 quilates así que aprovéchala porque, desgraciadamente, ésta se desmenuza en cuanto el cucufate ve la primera luz del día.  Es como si toda tú fueses un hechizo andante y arrancases el gran sentimiento del amor allá por dónde respiras. Siempre he pensado que si el mundo estuviese formado por embarazadas y niños, otro gallo mucho más hermoso y majo nos cantaría.

·         El trabajo ya no es, ni muchísimo menos, lo más importante. De repente te das cuenta de que lo único preocupante del trabajo es dejar de tenerlo. Por lo demás,  se acabó. Por fin te  has deshecho de esa relación tormentosa, dependiente y excesivamente pasional con el mundo laboral. Te da igual casi todo. Te da igual que tu jefe no te salude cuando pasa por delante de tus pestañas, que no se digne a preguntarte cómo estás de lo tuyo, que de repente te hayan colocado en una esquinita sin luz o que te roben la voz. Te da igual que ya no te inviten a las reuniones, que te degraden de facto o que hagan lo imposible por frenar ese cambio de puesto que tanto soñaste. Total, sólo es un poco de mobbing y tú puedes con eso y con muchísimo más porque tú sí sabes lo que es importante y entiendes, por fin, dónde deben canalizarse los esfuerzos vitales. Ni siquiera les guardas rencor. Lo único que te preguntas es por qué no lo has podido ver así hasta hoy y si tantas horas de insomnio, tantas lágrimas derramadas y tanta insatisfacción han servido para algo más que poner la cabeza de tus más queridos seres como un tambor rojo.


·         Tu madre te llama casi a diario y tu padre pinta la habitación del cucufate. Y no son llamadas de las de “¿¿¿qué pasa??? ¿¿¿dónde estás???? Siesque no coges nunca el teléfono…No sé para qué tienes el móvil… No sabemos nada de ti!!!”. No, no, no. Se trata siempre de una llamada amorosa, llena de afecto y sin rastro de reproche. Una llamada de pre-abuela que, a falta aún de nieta a quien bañar en su almíbar, practica contigo-a quien de pequeña jamás permitió un atracón de dulces, una subida de tono, una mala nota o una ñoñería-el ansiado arte de malcriar en exceso. Mientras tanto, el pre-abuelo, acostumbrado a décadas de dar órdenes a diestro y siniestro, desempolva sus habilidades de albañil, se planta el mono azul y la gorra de pintor y, durante una semana a jornada completa, se entrega en cuerpo y alma a embellecer la habitación de la que será su primera nieta. Si existe un gesto más precioso que este, que alguien baje y me lo enseñe. Yo, a día de hoy, no lo he encontrado.


Y aquí me planto por ahora…Cada experiencia es un tesoro y estos son los que yo puedo ofrecer. Los que me viven a diario saben que no soy fan number one del embarazo; que me estoy topando con una serie de inconvenientes físicos y psicológicos inesperados (seguramente, por falta de información); que no creo en el idilio del preñamiento; que cuento los días para que finalice este secuestro temporal de mi cuerpo y que ardo en deseos de que mi niña esté ya con nosotros. Pero también es cierto que no cambiaría esta experiencia por nada y que, de todos los sufrimientos que he tenido en la vida (afortunadamente, no muchos) éste es el único que repetiría con mucho gusto.

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